Algunos sabemos que el esfuerzo se huele, se saborea, se palpa, se ve, se toca, se oye. Solo el verdadero esfuerzo se siente en las lágrimas corriendo por las mejillas, en las gotas de sudor a la espalda, en los gritos de fuerza, el esfuerzo seca la boca y se siente como una ostia en la cara, el esfuerzo duele, y únicamente cuando te duelen todos los huesos, cuando piensas que no puedes más, que ya es suficiente, el esfuerzo se convierte en victoria. Entonces las bocas dejan de chillar, los puños dejan de pegar, el aire huele a limpio, una caricia en el brazo, agua en el desierto refrescando tus labios y un paisaje digno de alabanza. Y sabes que el sacrificio ha valido la pena, y que ahora hay que volver a empezar.

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